Guardo el silencio cautivo tras mi puerta,
aguarda impaciente que yo me despiste alguna mañana
y le deje correr, salir huyendo hacia allí
donde el sol ya no calienta.
Me pides ser su sombra,
el lastimoso mordisco de cada beso.
Me pides gritar en la palidez de tu rostro
que mi demencia se ha perdido a tu antojo.
Hoy no soy
ni un hombre desalmado,
ni un alma sin piedad,
ni piadoso cazador,
ni cazador en soledad.
Hoy mis pasos
no caminan despistados
por un camino dibujado
bajo húmedas palabras
y texos de incredulidad.
Hoy desconozco
cómo hablar sobre el amor,
sobre el juego y sus trampas,
la ganancia del victorioso
o la venganza del perdedor.
Hoy este silencio es la sensación más oscura,
mi deseo incontrolable.
Responder